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The Place to Be

Los aniversarios sirven para celebrarlos, recordar que uno se va haciendo viejo y hacer balance. Hace 10 años que salió El Duende. Una década en la “industria” cultural equivale al mismo tiempo en la vida de un perro, o sea, una eternidad. En un país como España, en el que la gente lee infinitamente menos que en cualquiera de Occidente, es casi un milagro aguantar tanto tiempo con una revista basada en los textos, los contenidos. Es mucho tiempo. Por aquel entonces Pulp lanzaba This is hardcore, uno de los últimos coletazos del britpop, la electrónica seguía siendo el ritmo de moda, Shakespeare in Love ganaba el Oscar a la mejor película, gobernaba Aznar y yo tenía 21 años. Un angelito, vamos.

Desde el principio estuvo claro que la nueva prensa underground española iba a tirar para dos lados. Por una parte, hubo quienes encontraron en la moda la nueva gallina de los huevos de oro. La cosa estaba muy clara. En Barcelona, donde esa segunda “movida” empezó, el éxito fue fulminante. En 1998, yo acababa de terminar la carrera (de periodismo, no la otra) y en el ambiente flotaba una gran ebullición. Recuerdo que en muy pocos años llevar flequillo, ir vestido con ropa de mercadillo a lo setentero y saberse los nombres de los djs más importantes de carrerilla pasó de ser patrimonio de unos pocos a convertirse en una epidemia.

Mientras Barcelona bailaba y se convertía en la ciudad referente en cuanto a cultura juvenil de Europa, en Madrid la cosa no acababa de arrancar. Desde luego, la alcaldía de Alvárez del Manzano (de profesión sus procesiones de semana santa) no ayudaba en gran cosa. Yo llegué a Madrid en 2002 y la diferencia con mi ciudad adoptiva era, y que no se me ofenda nadie, gigante. Al principio, lo confieso, me tenía muy sorprendido que en la mayoría de bares continuara sonando pachanga mientras en Cataluña había discjockey hasta en los garitos de patatas fritas. Malasaña permanecía incorruptible como foco de lo alternativo, pero el botellón, el “autenticismo” y una cierta cultura de la virilidad extrema y rockera seguían haciendo mucho daño. Seguro que hay quien lo echa de menos, pero la verdad es que tiraba al horror.

Pero resulta que en estos años las cosas han ido cambiando. Ahora es Madrid la que manda y Barcelona la que se lame las heridas. Ahora, como publicó la revista Time en un reportaje del verano pasado, “the place to be” es la capital. Basta darse un paseo por la calle o comprobar las programaciones musicales para cerciorarse que algo ha cambiado, y mucho, en Madrid en estos últimos diez años. Y en este proceso, una revista como El Duende ha vuelto a tener, como lo tuvieron en Barcelona sus primas hermanas, una importancia fundamental, apabullante. Y es una pena porque muchas veces la gente no sólo no se da cuenta, sino que se dedica a lo que mejor sabemos hacer en España (después de salir hasta la madrugada), o sea criticar.

Ser periodista underground es una cosa muy difícil. Por no decir imposible. En realidad, uno sólo puede ser periodista underground a tiempo completo mientras viva en casa de sus padres o para sacarse un dinerillo extra. Por eso, hay pocas cosas en este mundo que funcionen con el mismo grado de ilusión, de tesón y de pasión que la prensa cultural, y me refiero a esa prensa que no se vende, que apuesta por lo que nadie conoce a sabiendas de que vendería un ejemplar más poniendo un par de tetas y que se atreve a dar voz a periodistas jóvenes que no siempre escriben todo lo bien que se podría pero que avanzan, a veces a tientas, hacia un futuro en el que la creatividad explota y la opinión no pertenece a un solo periódico, como en España ha pasado mucho tiempo.

 

Me han pasado mil cosas y casi todas buenas en estos diez años. He crecido con El Duende y me he chupado bastantes noches en vela, transcribiendo entrevistas, escribiendo artículos, viendo películas, intentando que la modernidad y el rigor no fueran antagonistas sino primos hermanos. He cometido muchos errores pero he sobrevivido, a veces durmiendo en hoteles infectos de Europa para conseguir una entrevista, trabajando con pocos medios para dar con un resultado medianamente digno (no siempre lo conseguía, claro). Quienes lo han hecho mejor que bien es en El Duende, una revista que llega a sus diez años en plena forma, dispuesta a seguir luchando por hacer de esta ciudad un lugar mejor en el que vivir. Por lo menos, un lugar más cultivado, sagaz y sí, moderno en el mejor sentido de la palabra. Porque, como dice, Rimbaud, “hay que ser absolutamente moderno”. Y El Duende lo es, y no por los pantalones de pitillo. Es algo más.

Texto: Juan Sardá

Ilustración: Nuria Cuesta

The Place to Be