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José Bárcena. Historias del Café Gijón.

Si vas al Café Gijón, con suerte te atenderá un hombre de pelo blanco que suelta citas literarias al servir los platos. Es José Bárcena, y lleva en su puesto desde el 1 de mayo de 1974. Se ha codeado con García Berlanga, Umbral, Pérez Reverte y los demás ilustres parroquianos de este templo de la Cultura, que este 2013 cumple 150 años amenazado de cierre. “Se extinguen las tertulias”, lamenta nuestro hombre, “y ya decía Unamuno que la mejor universidad son los cafés”.

¿Quién fue el primer personaje conocido a quien le puso un café? Pilar Franco, la hermana del dictador. Era ya una señora mayor muy simpática, aunque parecía un catálogo de joyas, emperifolladísima y con un punto hortera.

¿Quiénes son sus personajes preferidos de entre los que ha conocido? Es muy difícil. Siento debilidad por los artistas, sobre todo por los bohemios. Aunque alguien a quien recuerdo muy gratamente es a Severo Ochoa, por el amor que le profesaba a su mujer cuando venían a comer judías verdes, siendo ya muy mayores, después de llevar muchísimos años casados. Otra figura que no olvidaré es Pedro Beltrán. Fue conocido como guionista, por ejemplo, de El extraño viaje o El Anacoreta (ambas de Fernán Gómez, que le debió mucho de su éxito inicial), pero también fue actor, bailarín de claqué, torero y algo así como un padre para el Café Gijón, porque al margen de todas esas facetas, la de contertulio era la que preferían quienes tuvieron la suerte de charlar con él. En los setenta, todas las noches venía aquí en torno a las once y media de la noche y se quedaba hasta la hora de cierre charlando en la llamada “Tertulia de los Cómicos” con García Tola, Gila, o José Luis Coll, que venía con una grabadora escondida en la chaqueta para aprovechar, para sus espectáculos, las frases que se soltaban. Ninguno le llegaba a los tobillos a Beltrán, ¡aunque sobre el escenario no funcionaba!

Fernán Gómez, ¿era tan borde como lo pintaban? Ni muchísimo menos. Cuando empezó a venir, siendo muy joven, su vocación era la literatura, así que se sentaba en la tertulia de los escritores, que entonces componían fundamentalmente los escritores de Nueva Juventud Creadora: García Nieto, Revuelta, García Luengo, Cela… Años más tarde se sumaría Umbral, que en sus primeros años, a los que se refirió en su libro La noche que llegué al Café Gijón, pedía siempre un vaso de leche. Fernán Gómez entró de golpe en el mundo del espectáculo, interpretando papeles donde hacía de graciosillo, por aquella cara de acelga pecosa que tenía. Y fíjate si era buena gente que creó el Premio de Novela Café Gijón en 1950 con la idea de ayudar a Eusebio García Luengo. Un personaje genial, que venía a primera hora de la tarde y tomaba el café cucharilla a cucharilla, de tal manera que si se iba a las diez de la noche, ¡se dejaba media taza! Estuvo casado con la actriz Amparo Reyes, pero aquel era un amor solo basado en una atracción sexual, y se separaron teniendo tres o cuatro hijos en común. Entonces él sufrió muchos problemas económicos, y Fernán Gómez creó el mencionado premio para obligarlo a escribir y poderle dar una buena cantidad de dinero. Durante dos meses, no lo dejaban sentarse a la tertulia, lo dejaban en una mesa aparte, escribiendo. Y le concedieron el galardón, que a día de hoy, aún existe.

¿Y Berlanga y Azcona, participaban? Claro. Venían mucho con Mingote. Azcona era muy reservado y pesetero. Berlanga era como su cine: electrizante, vivaz. Estaban siempre ingeniando locuras. Recuerdo cuando dijeron que iban a crear, junto con Pedro Beltrán, el Partido Anarquista Burgués Independiente. Estaban de guasa, ¡pero todo el mundo se los tomó en serio, y quería afiliarse!

Hablando de política, ¿entre los intelectuales del Gijón ha predominado alguna tendencia? El Café Gijón tiene fama, al mismo tiempo, de haber sido un nido de rojos y una atalaya del régimen franquista. Y es que después de la Guerra Civil, cuando se exilió toda la gente de izquierdas, los que quedaron eran los adeptos al régimen. Pero no faltaba gente de izquierdas, como los llamados Positivistas o un intelectual para mí destacadísimo: Buero Vallejo. Bajo su apariencia lánguida, siempre con su pipa, había un optimista. Hablaba solo cuando creía que lo tenía que hacer. Fue inspirador y memorable el discurso que pronunció en la comida que le hicieron aquí a Gerardo Diego cuando le dieron el Premio Cervantes. Le recordó a los escritores jóvenes presentes que como escritores tenían el deber de comprometerse, denunciar y despertar la conciencia y la ilusión de los demás.

¿Y quién viene hoy en día? Sigue viniendo Raúl del Pozo, que ya venía de joven y era un latin lover, Manuel Vicent o Arturito Pérez Reverte, que me regaló todos sus libros cuando se quemó mi casa, como también hizo Julio Llamazares. Después de saludar a unos y otros, Arturo se sienta a despachar la correspondencia que yo le hago llegar, cartas que me entregan sus seguidores. Si algún día queréis escribir a algún autor que venga por aquí, no dudéis en contar conmigo.  

Texto: Paloma F. Fidalgo. Ilustración: Nuria Cuesta.

José Bárcena. Historias del Café Gijón.