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Canaima. Paraíso del agua.

Venezuela esconde paisajes embelesadores como los de la playa de Choroní o los cayos de Morrocoy. Muy cerca de la frontera con Brasil se levanta un mundo donde el agua y la selva ejercen de anfitriones de excepción. Con todos ustedes, el Parque Nacional de Canaima.

Un indio guarao sonríe embutido en una camiseta con el eslogan "Vota a Chávez". A su lado una impecable y moderna lancha motora, regalo del presidente de Venezuela, ha sustituido a la embarcación tradicional de estos pagos, la curiara. "Se me olvidaba decir que también pueden votar", entonaba el mítico cantautor Alí Primera en la canción "Un Guarao". Y no se equivocaba al anticipar la globalización que se respira en el Parque Nacional de Canaima, a mil quinientos kilómetros al sur de Caracas. Así se explica que tour operadores como Helicópteros Raúl o Sapito Tours hayan hecho su agosto en el sexto parque natural más grande del planeta. Al menos los indios pemones, los habitantes originales de estas tierras, han sabido subirse al carro de los nuevos tiempos y pueden gestionar recursos turísticos que contemplan actividades como rafting, trekking y parapente. El Kaku-Parú despliega su alfombra líquida sobre una franja de jaspe rojizo y amarillento de varios cientos de metros. Al contemplar semejante espectáculo es como si Yara, la diosa protectora de los ríos, lagos y cascadas, hubiese tocado con su varita mágica estos oníricos parajes. Algunos visitantes disfrutan de un improvisado jacuzzi al recostar su espalda en las distintas cascadas que forman Quebrada Jaspe. Otros optan por lanzarse por su pulida roca, como si se deslizasen por el tobogán de un parque acuático.
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"Al final uno termina por desprenderse de su coraza de urbanita al contemplar el atardecer desde la ribera de la laguna de Canaima".

Para llegar a este representativo escenario hay que tomar la carretera panamericana Troncal 10, que viene de la ciudad de Santa Elena de Uairén. Esta vía sirve para acceder a otros saltos importantes como Kamá, Aponwao, las Cortinas de Yuaraní – con sus coloridas cascadas producto del tanino - o el balneario de Soroape. Canaima bien puede engrosar su nombre en el libro Guinness de los Records, al contar con seis de los saltos de agua más altos del mundo. Su rica fauna alberga jaguares, anacondas, monos araguatos, cotúas, guacamayos y especies en peligro de extinción como el oso palmero, el armadillo gigante o el ocelote. Eso por no mentar ejemplares vegetales únicos como la Tepuia de las Ericaceas, las Ayesuas o ciertos helechos endémicos.

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Ante el abrumador vacío el viajero experimenta una sensación sobrecogedora. Similar a la que viviría en 1933 Jimmy Angel, el piloto del Circo Aéreo Lindberg, que al intentar regresar al lugar donde un compatriota había recogido pepitas de oro diecisiete años antes, descubrió accidentalmente la impresionante cascada. En marzo de 2006 una cordada franco-hispano-venezolana franqueó la vertical pared por la que se precipita la mayor caída de agua del globo. Los campamentos resultan más confortables que las churuatas, esas chozas circulares de techo de palma de moriche y paredes de bahereque (una mezcla de barro y hierbas). Pero merece la pena sacrificar comodidades para dormir colgado de un chinchorro (hamaca) mecido por la brisa nocturna.

En el poblado indígena de Katamarata los pemones dan muestras de hospitalidad y nos brindan el casabe, una pasta fabricada con yuca. Con la harina de este tubérculo destilan un licor llamado karichi, con una graduación tan fuerte como el orujo. Al final uno termina por desprenderse de su coraza de urbanita al contemplar el atardecer desde la ribera de la laguna de Canaima. Se despierta un halo de inmensidad frente a los tepuys Zamuro, Venado y Cerbatana al admirar su esbeltez sobre el horizonte. Las montañas tubulares de arenisca, altares rocosos a los que los indios consideran la "casa de los Dioses", presumen en su agreste condición de centinelas entre el laberinto verde que se abre a sus pies. Bajo su recortada silueta los generosos saltos Hacha, Wadaima, Golondrina y Ucaima son testigos mudos del ir y venir de las curiaras rebosantes de turistas. En Canaima uno puede toparse con una imagen de la virgen de Lourdes - junto a la piedra que se levanta en el kilómetro 98 de la Troncal 10 - o darse de bruces con un avión de la Segunda Guerra Mundial abandonado, que transportaba combustible a las antiguas minas de oro y diamantes de Campo Carrao. El imperio de tupida vegetación queda seccionado por los incontables cuchillos fluviales que brotan del río Caroní. Sinuosas arterias que horadan los bosques como cortafuegos providenciales del salvaje vergel que todo lo envuelve.
Al sobrevolar en avioneta el Auyan Tepuy (Montaña del Diablo) cuesta sustraerse al vértigo que provoca la atronadora caída de 979 metros. La gesta quedó inmortalizada en el documental "Vértigo en el Amazonas", ganador del trofeo "Mejor Película de Aventuras" en el XV Festival de Cine de Aventuras de Dijon. En su odisea de doce días los intrépidos escaladores lidiaron con las indeseables picaduras de los mosquitos y la descompuesta y húmeda roca del tepuy.

Texto y fotos: Miguel Angel Sánchez Gárate

Publicado en El Duende nº 75. Junio 2007

Canaima. Paraíso del agua